Escribe: Fernando Raga Castellanos, presidente de Corma.
El crecimiento de la población mundial que hoy ya supera los 7, 2 billones de personas, y que alcanzará los 10 billones, plantea un enorme desafío en términos de necesidades futuras de vivienda, alimentación, transporte y energía, todo lo cual sin duda tendrá y ya tiene un impacto en el medio ambiente. Frente a este escenario, diversos grupos preocupados por el entorno han optado principalmente por tratar de detener el desarrollo y proponer medidas de protección muy locales que en su mayoría sólo desplazan el problema a otros sectores de la Tierra, a menudo amplificando los costos ambientales.
Al respecto, resulta interesante la mirada de 19 intelectuales y científicos quienes en el documento “An Ecomodernist Manifesto” (2015), plantearon que la solución a este desafío está en desvincular cada vez más el proceso de desarrollo del uso de recursos naturales, mediante la intensificación de diversos procesos tecnológicos que ayuden a producir cada vez más alimentos, fibras y energía en menos espacio y con menos tierra y recursos naturales, para así reducir el impacto en el medio ambiente y liberar más territorio para los bosques, los paisajes y las personas.
A modo de ejemplo de lo ya sucedido, citan impresionantes cifras: hoy más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y ocupa menos del 3% de la superficie disponible; menos del 2% de la población de EE.UU. trabaja hoy la tierra, mientras que en 1880 era el 50%, y los terrenos destinados a producir madera se han reducido en los últimos 20 años en un tamaño equivalente a la superficie de Francia.
Así las cosas, el diagnóstico de estos expertos es que el bienestar y el progreso no tienen por qué estar asociados a la destrucción de la naturaleza, para lo cual es clave la ecoeficiencia: producir más con menos recursos naturales.
La urbanización, la intensificación agrícola, los cultivos forestales, la acuicultura, las energías no carbónicas eficientes, la desalinización, la biotecnología, son todos elementos con alto potencial para reducir los impactos en la naturaleza del desarrollo y el progreso del ser humano.
En el ámbito forestal y maderero esta ecoeficiencia se manifiesta en soluciones tecnológicas y de ingeniería que han permitido reducir el consumo per cápita de madera: una viga de ingeniería en madera, hecha de laminado y prensado de astillas (OSB) utiliza solo un 25% de la madera de una viga sólida de similar resistencia. Los tableros estructurales hacen cada día menos necesario usar grandes árboles para la construcción; las tecnologías modernas permiten lograr piezas de gran longitud a partir de la unión de pequeños trozos de madera; las pinturas, revestimientos y barnices, permiten reconstituir tablas, molduras y muebles a partir de residuos que antes sólo servían como combustible. Y las plantaciones forestales intensivas permiten producir una tonelada de madera ocupando sólo un 10% de la tierra que requiere un bosque promedio del mundo, y con un 30% menos de uso de agua.
La historia claramente nos muestra que nuestros ancestros si bien lograban satisfacer sus necesidades lo hacían de forma muy precaria y con un impacto per cápita sobre el entorno muy superior, logrando una calidad de vida muy inferior a la de las generaciones actuales.
La respuesta entonces a las necesidades crecientes que demanda el crecimiento de la población mundial no está en retrotraer el estado de cosas a la forma en que vivían nuestros antepasados, sino en buscar, apoyados en la ciencia y la tecnología, la manera de producir más bienes y servicios con una menor o muy baja presión sobre nuestros recursos naturales, sean bosques, agua o tierra. En definitiva, ser ecoeficientes.