Escribe: Marco Antonio Vásquez, ingeniero comercial, contador público y auditor; director de la carrera de Contador Público y Auditor de la Universidad de La Frontera y concejal por Temuco.
Desde pequeño siempre me ha sido muy habitual La Araucanía. Recordar los recorridos desde Temuco a Padre Las Casas, pasando por el puente, esperando que las carretelas con su lento avance me dejaran llegar a casa de mi abuelito Joaquín.
Las idas, todos los viernes a la feria libre de Temuco, era otro espectáculo difícil de olvidar. Los colores y aromas de las frutas y verduras, el olor de la tierra que tenían las papas, sumado a las ropas y abrigos que tenían las caseritas y caseritos solo eran perturbados por el grito de los vendedores ofreciendo sus productos.
La Feria Pinto se transformaba en el crisol que nos mezclaba como metales. Los del campo, los de la ciudad, los de la comuna, los de afuera, los criollos, los colonos y los mapuches. Nuestros días y meses trascurrían, a nuestro parecer, sin dificultades.
Mi escuela, en Campos Deportivos, quedaba muy cerca de la casa. Teníamos un patio al aire libre y uno techado. Era habitual entre nosotros correr por los pasillos, los inspectores y profesores diciéndonos que tuviéramos cuidado. Nuestras salas albergaban a niñas y niños de mi población campos deportivos, de Lanin, de Pedro de Valdivia y de los campamentos que se estaban formado en el sector. Familias venidas desde el campo, de otras ciudades o del mismo sector se instalaban a comenzar sus vidas. Era habitual y muy normal escuchar los apellidos mapuches de mis compañeros y compañeras de curso y de la escuela. Nuestra convivencia era normal y no se apreciaban diferencias. Compartíamos los sueños de niñas y niños de nuestra edad.
Ver los días con ojos de niños es maravilloso. Pero sabemos, los que hemos ido creciendo, que eso va cambiando con el tiempo. El hecho de abrir los ojos y vernos como parte de una sociedad que se mueve, poder observar a través de las ventanas de tu casa, oficina, liceo, universidad, consultorio o simplemente trasladándonos en la locomoción colectiva y mirando por la ventana nos permite ver a quienes nos rodean y descubrir, eso espero, de que algo no está bien.
Observa y ve a tu alrededor, siéntete parte de tu entorno, ponte en los zapatos de quienes te rodean y luego hazte la pregunta de qué harías tú en el lugar de ellos. Puede que lo primero que surja sea la crítica de que tú lo harías de tal o cual forma. Si avanzas más sentirás el peso que cargan los que te rodean.
Mi generación es temerosa frente a los cambios. Nos preocupa la incertidumbre, tememos a que todo lo que forjamos, con esfuerzo, se derrumbe. Pensamos en nuestros hijos, nietos, padres y amigos. Les invito a cambiar la forma de ver. Veámonos siendo parte de una sociedad que junta avanza. Así descubrirás que los cambios son oportunidades de mejora.