Escribe: Ximena Sepúlveda Varas, seremi de Vivienda y Urbanismo en La Araucanía.
Uno mismo, cualquiera de nosotros, suele preguntarse con frecuencia qué es lo que verdaderamente orienta y motiva las acciones políticas que nos afectan; sea que éstas se expresen o manifiesten como acciones institucionales, expresiones o dichos de actores vinculados a las instituciones del estado, resultados de acciones gubernamentales o críticas de ellas, confrontaciones y contrapuntos entra distintas corrientes políticas e ideológicas que se difunden por los distintos medios de comunicación y se irradian a través de las redes sociales en una sucesión vertiginosa.
Ciertamente es muy difícil discernir entre esta maraña de información. Aquí se denuncian actos de corrupción, acá se emiten juicios sobre desempeños de funcionarios, allá se denuncian problemas de seguridad pública o se echa en falta la atención de necesidades a diferentes grupos sociales, en otra parte se reclama por la lentitud del cumplimiento de obras, etc. Una cosa después de otra en una cadena sin término. Y, la realidad es que los sentires y las necesidades de las personas son infinitas.
Normalmente, para tratar de darle sentido a este caleidoscopio infinito que se conforma y reconforma de acuerdo con el giro de los acontecimientos, recurrimos a los atavismos y pulsiones que orientan nuestra experiencia, lo que no necesariamente le otorga sentido a lo que observamos. Aquí, en esta contradicción surge un peligro, pues más allá de los discursos que nuestra clase política parece preferir y que apelan a las emociones y a los impulsos de las personas, esperamos que el discurso político apele a las razones, entregando los argumentos para orientar a los ciudadanos en el cuidado de nuestras ciudades y comunidades.
En el corazón mismo de este discurso recto de la política que orienta el quehacer ciudadano, se encuentra la ‘razón’. Aunque no una razón fría y tecnocrática, desprovista de emociones, sino el equilibrio entre ambas. Pues no se trata de un discurso orientado a suscitar reacciones, buscando culpables, atribuyendo fallas o prometiendo bienes y acciones que quedan sólo en palabras; sino un discurso asentado en argumentos orientados a fines colectivos, en el cual la razón o racionalidad tiene su base en la responsabilidad social. La racionalidad, en este sentido, propone objetivos colectivos claros y se orienta por alcanzarlos con total transparencia; de modo que las personas puedan encontrar el sentido de su vida social en un estado que vincula acción política y sentido.
Ya no se trata de un mero recuento de obras y acciones, sino que a este recuento se le agrega el valor de la calidad de éstas, indagando en su esencia como relaciones sociales virtuosas y permitiendo la aparición del concepto luminoso de una vida mejor. Así, por ejemplo, la ‘habitabilidad’ es un concepto y como tal es una ‘razón’ que radica en el interior del alma de las personas, dotando esa necesidad -la de vivienda- de sentido, no es una casa más.
De esta forma, mi opción preferente será siempre la de la política racional, pues en cuanto posibilidad de realización de los anhelos colectivos, contribuye a que una necesidad material se transforme en el interior del alma de las personas en una expresión de libertad, avanzando en un continuo de bienestar social para todas y todos.