Escribe: Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo.
Fue la gélida noche del 18 de octubre de 1944, cuando Alberto Hurtado experimentó la epifanía que consolidó el evidente sesgo social de su vocación sacerdotal. Esa noche vio en la figura de “un pobre hombre, con una amigdalitis aguda, tiritando, en mangas de camisa, que no tenía dónde guarecerse” a Cristo.
La convicción de que en cada compatriota desvalido, en cada chileno vulnerable, en todo prójimo dañado por el desamparo, la falta de oportunidades, la pobreza, vivía el Hijo de Dios, lo llevó a reflexionar frente a un centenar de mujeres pudientes que se habían reunido en la sede del Apostolado Popular de calle Lord Cochrane. A esas “señoras y señoritas”, como las llamó el Diario Ilustrado, les dijo: “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo acurrucado bajo los puentes, encarnado en niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen por muchos años del beso de una madre. Cristo no tiene Hogar. ¿No queremos dárselo nosotros, los que tenemos la dicha de uno confortable, comida abundante y medios para asegurar el porvenir de nuestros hijos?”.
Marta Holley, una de las mujeres que lo escuchaba, quien sería una de sus colaboradoras principales, recordó que “estaba transfigurado” y que luego pidió perdón por su discurso encendido, el que no tenía intenciones de pronunciar allí. Pero la solidaridad se había desatado. Al final del retiro, ese 19 de octubre, había recibido la donación de una propiedad y una suma de dinero para iniciar “un Hogar para los pobres”, el Hogar de Cristo. Luego, en un sobre anónimo, le llegó una valiosa alhaja; así nació el Hogar de Cristo.
Días después, en una columna en El Mercurio, ahondó en la necesidad “de un Hogar para los que no tienen techo”. Era un enorme contingente de migrantes. Los migrantes de entonces: campesinos que llegaban en masa a la capital desde el campo, buscando una oportunidad y vivían hacinados “como animales” en cités miserables. Entonces escribió: “Informes minuciosos aseguran que faltan 400 mil casas para que se pueda decir que la población de Chile tiene Hogar”.
Hoy, existen casi 81.643 familias habitando 969 campamentos, y se requieren unas 650 mil casas, según el catastro hecho por Techo-Chile, que la semana pasada lanzó Déficit Cero. La iniciativa busca satisfacer la demanda de vivienda, trabajando de forma colaborativa, participativa y abierta.
Hogar de Cristo conoce la manifestación más dura de esa carencia: la vida en situación de calle.
Actualmente, unas 20 mil personas sobreviven en esas condiciones. Son chilenos que antes vivían hacinados o de allegados y sufrieron un quiebre económico o emocional; son madres jefas de hogar con precarios empleos de subsistencia a las que el covid-19 ha golpeado más que a nadie; son migrantes, que en medio de la crisis social generada por la pandemia, no pudieron seguir pagando arriendos usureros por habitaciones deplorables. Son esas y otras diversas versiones del hombre aterido de frío que hace 77 años impulsó a Alberto Hurtado a crear el Hogar de Cristo.
Ahora y con ocasión de nuestro cumpleaños, decimos en nuestra campaña: “Difícil es lograr un país digno y justo; fácil es con el compromiso de todos”. Apelamos a la solidaridad que en ese retiro de antaño tocó a “señoras y señoritas” y que esperamos hoy logre despertar la sensibilidad de todos. Este 2021, decimos, tal como ayer: involúcrate, es tu país, porque no se cambian las estructuras, si no se cambian las conciencias.