Escribe: Denise Tuma Fagres, psicóloga infanto juvenil, magister en Terapia Familiar Clínica Psicológica Ufro.
Es muy común recibir consultas de padres que están en crianza de niños pequeños, acerca de los berrinches y el difícil desafío de manejarlas en casa. Relatan cómo éstas los desbordan también a ellos y las estrategias que despliegan sin éxito. Habitualmente, mencionan que han probado ¡todo!, con mucha desesperanza.
Es muy difícil ejercer la parentalidad, nos enfrenta a la necesidad de desarrollar nuevas habilidades, de ponernos de acuerdo con el otro progenitor, y siempre, nos enfrenta a nuestras propias sombras…es decir a aquellos sitios de nuestra historia de vida que intentamos negar, evitar u olvidar, aquellas situaciones dolorosas que hemos vivido y que, como no enfrentamos ni resolvemos, se aparecen como fantasmas, justo en aquellos momentos de dificultad con nuestros propios hijos. Por eso el título de esta columna, ya que la pataleta de nuestros hijos, muchas veces genera una propia, o viceversa.
La desregulación emocional de un niño, muestra una emoción que no está logrando ser manifestada adecuadamente, el niño expresa a través del berrinche algo que como padres no estamos mirando ni leyendo…en ese momento el niño necesita padres que acojan, contengan y escuchen qué está detrás de esa “rabieta”. Puede haber rabia o pena contenida, pueden haber celos, desesperanza o angustia….para que un niño exprese adecuadamente, debe haber padres que escuchen con amor, paciencia y respeto.
Dentro de las estrategias que usan los papás, hay un bagaje de posibilidades, que van desde el intento de contención, hasta el maltrato infantil. Por ejemplo, es muy frecuente que se use el “tiempo fuera”, es decir, dejan al niño en su habitación u otro lugar “hasta que se le pase, y sea capaz de pedir perdón”…me pregunto ¿por qué los relegamos a ellos? Si lo que menos necesitan en ese momento es sentir abandono… ¿Por qué esperamos que ellos pidan perdón? Si son seres con un cerebro en desarrollo, ¿por qué no pedimos perdón nosotros, por nuestra propia pataleta, la que como adultos no pudimos controlar? Muchas veces los padres confunden disciplina con amor y creen que dar muestras de afecto en ese momento, es validar el “mal comportamiento”.
Recomiendo dos cosas, en vez de usar “tiempo fuera”, usar “tiempo dentro”, es decir, controlar nuestra propia ira y desregulación afectiva y con mucha paciencia, acompañar, empatizar y respetuosamente contener con afecto, preguntándonos cómo nos gustaría ser tratados nosotros mismos, en esa situación. Si el niño no lo permite, simplemente estar, nunca dejar que la soledad sea la maestra que les enseñe que los problemas hay que resolverlos solos, ya que estamos para educar emocionalmente y, con el ejemplo, mostrar que las penas y las angustias se comparten, se hablan, se abrazan. Lo segundo, nunca sancionar la expresión emocional, los niños deben aprender a expresar lo que sienten y a pedir lo que necesitan, si nosotros censuramos, los estamos ayudando a desconectarse de su mundo interno y de su autoconocimiento, lo que puede tener serias consecuencias en sus relaciones actuales y futuras.
El mejor regalo para nuestros hijos es revisar cuáles son eso fantasmas que están ensombreciendo nuestra relación parental, con tan solo re-conocerlos, estamos iluminando el vínculo afectivo y dando la posibilidad de generar nuevas y más sanas dinámicas de relación.